domingo, 25 de noviembre de 2012

Sin título



Erika Kuhn


Mi muerte nació conmigo. Se agranda cada vez que miro el reloj. Si miro a la izquierda está siempre con una libreta en la que jamás ha escrito nada, la guarda para cuando le toque escribir mi nombre. Me llamo gato y soy una mierda. Empujo al fantasma. Le saco el corazón a dios y me existo. ¿Y quién te dijo que Dios tenía un corazón? Dios es puta. Y tiene tarifas económicas, porque Dios es fea y no

entiende razones. ¿Y por qué carajos escriben dios con mayúscula? ¿Acaso la ausencia tiene nombre propio? No, la ausencia es todos los nombres, todas las formas, todos los huecos. La ausencia, en el infinito, es la presencia que completa el todo. El opuesto, el reverso de la trama. Algo así como una flor, una orquídea supongamos, que se ha desprendido del aroma. Pero olvido el aire, ya no respiro: todos los ojos están cerrados: El final también nace conmigo. Alguien a esta hora con esa música se arranca el respiro de la boca y se lo pone a un muerto, éste se mueve un poco, saluda... está el aroma, pero la flor se ha ido. Se ha esfumado, como una nube después de la tormenta. Y el muerto ahí, impoluto, blandiendo su impuntualidad. La página siguiente es blanca. Dice un dolor apenas paisaje. El muerto mira lo que ocurre, no emite palabra. Y si evita hablar es que comprende: el silencio es su mejor discurso. Para rellenar un cuarto inmedible no hace falta más que dos vidas después de habérselas muerto. 

Texto: Noelia Palma, Susan Urich, Leo Mercado

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