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Erika Kuhn |
21/12/2013
Traje mi cuerpo al mar.
El mar no es azul, Erika. Es más bien una cosa como estar sentada frente
a él mientras hace drenar sus olas. O quizás, como si fuera nuestro cuerpo
llegando a la orilla y, a la vez, siendo arrastradas hacia el adentro de algo
que no es un cuerpo propio sino un todo, pero desconocido.
Y pienso en este tema de la carne.
Erika, la carne es una excusa que siempre abandonamos. Venimos para
abandonar, incluso, lo nuestro. Y, también, para reconocer, apenas, algo de
aquello que todo lo rompe.
Un día viejo. Esto es un día viejo en el afán de crear esa hondura
nueva. Un movimiento de agua. El sonido del agua. Y entonces el día viejo se empieza
a estrujar contra las rocas y los pies, cubriéndolos como si pudiera ser manto
y noche. Nos cubrimos con esa cosa que es siempre orilla y música y creemos que
hemos asomado a la vida.
Las personas debiéramos ser piedras brillantes de cara al viento sonando
casi como el gemido de un ventanal cuando se abre, y se descubre de todo. Esa
desnudez que no sabemos asistir.
Esa desnudez frente al mar. Y el ojo ardiendo de sol.
¿Y detrás del ojo? Un dios que somos y que sólo sabe pedir limosna.
Hacia delante estamos arrojadas a lo nunca encendido. Las manos son para
una luz a veces. Y revolver el mar. Igual que los pies. Tocar esas cuerdas del
instrumento hasta el rompimiento. Así crecen las olas. Así crecemos y
descrecemos. Así el fondo es esta ternura de la sangre.
22/12/2013
Querida Erika, es mi segundo día desintegrándome en esta vastedad que es
el mar. Pero no admite sensiblerías. Yo leo como unas olas que se encastran en
el cuerpo. Y todo adentro. Esa nostalgia que se nos hizo moneda corriente en la
garganta, la blancura, siempre inédita, de las nubes, lo azul cada vez más azul
(ese reconocimiento de no ser solamente un color).
De lejos veo una pareja. Y leo las voces. Hablan para que yo los
traduzca en esta especie de carta, algo más que una anécdota. Creo que ella
aprendió a preguntar cosas sobre los enigmas azules. Tienen una hija (siempre
hay una hija). La mujer no sabe responder qué hay al otro lado del mar. Sólo
mira como si creyera poder borronearlo de un plumazo. Esas ansias de la
completitud. Recortar con el ojo en pequeños fragmentos el mar para saber
cruzarlo.
Amiga, vos sabés que del otro lado es el mismo lugar a la inversa.
“De vivirte lo que más amo es mi cuerpo” lo escucho decir.
Ella va caminando hacia dentro. “Y lo cruza”. La estoy mirando mientras
te escribo. Él la espera un rato y luego se reúnen en el mismo sitio de la ola.
Saltan y sonríen. Esto que te decía sobre los enigmas. Ya lo ves, y sin embargo
constantemente buscamos adentrarnos sin reparar en que las orillas también invocan
esa verdad, irrefutable. El otro lado es el mismo. Lo que se acaricia en los
bordes (esa intimidad del cuerpo).
Y se confían las manos porque, sostenerse cuando ese tropel apabulla, es
ley.
La carne, Erika, y ese adentrarse por los bordes de la piel dicen una
completitud casi insostenible. Lo mar del mar.
Noelia Palma