jueves, 5 de septiembre de 2013

La carta que él nunca me escribió








Erika Kuhn




Tú sabes, las manos siempre se equivocan de cuerpo. He visto la poesía en tus ojos creciéndote hasta los muslos y me llené de palabras para recorrerte. Los relojes dieron una exactitud que no comprendimos y tú escribías libros y tenías hijitos deshechos y monstruos que tuve que espantar porque al mínimo roce te los ponías en el espejo. Tienes la cara de todas tus escritoras preferidas y a veces pienso que por eso todavía no supe encontrarte, mientras te encargas de escribir cómo te perdono las caricias que colgaste en ese vestido.
Hemos conectado las ternuras, una por una, con los trazos que dibujas en la carne, eres una bestia pequeña, una mártir que abusa de los colores, delicadamente.
Confieso, lo siento, haber tenido los huesos fríos alguna vez.
Te admiro con certeza y duda y sé que jamás aprenderás a recomponerte las heridas porque no sabes manejar las agujas. Tan inservible mi niña de la lluvia, mi ahorcada atroz de las palabras y el color. Ramito de fresias resignado, te inventas tú misma las ausencias, por eso me escribes tanto, y también, me inventas en una suerte de hombre que, sólo a veces, sé ser.
Nos hemos mirado durante horas cuando, ya muy noche, no hacía falta tener el cuerpo más acá o allá sino donde los perros son mansos y los ojos tocan una distancia inexistente. Tú sabes que la felicidad es una cosa muy triste para vivir.
Eres la que contempla y registra el derrumbe. La que ama lento y sabio como encendiendo el corazón hacia lo etéreo, y aún así conoces que hoy bien podría ser lunes o sábado y te da lo mismo: el amor no es un milagro ni una lucecita, apenas. El amor es un descuido de tus manos, por ejemplo, escribiendo, dibujando, fotografiando el rostro absoluto de todo aquello que te devora.


G.J.C.


Noelia Palma

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