Erika Kuhn |
Tú sabes, las
manos siempre se equivocan de cuerpo. He visto la poesía en tus ojos
creciéndote hasta los muslos y me llené de palabras para recorrerte. Los
relojes dieron una exactitud que no comprendimos y tú escribías libros y tenías
hijitos deshechos y monstruos que tuve que espantar porque al mínimo roce te los
ponías en el espejo. Tienes la cara de todas tus escritoras preferidas y a veces
pienso que por eso todavía no supe encontrarte, mientras te encargas de
escribir cómo te perdono las caricias que colgaste en ese vestido.
Hemos conectado
las ternuras, una por una, con los trazos que dibujas en la carne, eres una
bestia pequeña, una mártir que abusa de los colores, delicadamente.
Confieso, lo
siento, haber tenido los huesos fríos alguna vez.
Te admiro con
certeza y duda y sé que jamás aprenderás a recomponerte las heridas porque no
sabes manejar las agujas. Tan inservible mi niña de la lluvia, mi ahorcada
atroz de las palabras y el color. Ramito de fresias resignado, te inventas tú
misma las ausencias, por eso me escribes tanto, y también, me inventas en una
suerte de hombre que, sólo a veces, sé ser.
Nos hemos mirado
durante horas cuando, ya muy noche, no hacía falta tener el cuerpo más acá o
allá sino donde los perros son mansos y los ojos tocan una distancia
inexistente. Tú sabes que la felicidad es una cosa muy triste para vivir.
Eres la que
contempla y registra el derrumbe. La que ama lento y sabio como encendiendo el
corazón hacia lo etéreo, y aún así conoces que hoy bien podría ser lunes o
sábado y te da lo mismo: el amor no es un milagro ni una lucecita, apenas. El amor
es un descuido de tus manos, por ejemplo, escribiendo, dibujando, fotografiando
el rostro absoluto de todo aquello que te devora.
G.J.C.
Noelia Palma
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