Erika Kuhn |
No alcanza con
un jabón blanco cuando arden las palabras que van cayendo, de a una, como si
fueran piedras o espejos. Esa cosa de otros pero propia. Aquello visible
enamorándose de un sol dentro de las habitaciones creadas por un pico de pájara.
Arden las palabras como piedras en su chasquido al agua, un ruidito buscando la
presencia toda, la cara blanca en el espejo, pálida y las manos masajeando y es
necesario bajar a la mujer por los dedos al sexo, que en su estadística diaria,
dice que ahora estás sola, que penetra lo demasiado poema. Entonces habrá que
leer libros esterilizadores mientras el agua sigue blanca de cuerpo y lava una
enfermedad parecida a la espera. El rostro blanco, las manos blancas, el sexo
blando.
El agua.
Y es una
violencia esperanzadora limpiarse el fondo y finalmente la pena te mira de
frente. Los cristales se empañaron y estás sola. Te ves formada por el humo
cálido. Ya estás sonriéndole a la pena. Hoy no se abre el corazón, no la
recibe. Se compone una identidad, dos pezones nublados, y los ojos fijos que te
perdonaron todo ese horror esparcido desde siempre como gotas salvajemente
cosechadas, como perra triste, como abusada por el amanecer en el espejo, o la
lluvia que no deja de ser lluvia y que ya no es nada más que una cosa ahí
fuera.
No alcanza
con un jabón blanco, hay que ablandar las mejillas de la que se había ahorcado
con las cuerdas de un amor perecedero. Hay que hacer un golpe de estado al
cuerpo, invadirlo con tropas entrañables, despertarse así a mirarse las ruinas
y erradicarlas.
Después,
como siempre, terminar el desayuno sin tenerle miedo al chocolate. Es un día
más.
Detrás,
quiero decir, a través de la ventana, chilla un pájaro apenas bienvenido y
llama.
Pero vos, ya te mudaste la nostalgia a otra
sombraNoelia Palma